viernes, agosto 20, 2010

impulsos para inmortalizarse

titulo mi entrada como impulsos para inmortalizarse porque leer la vida de personajes como éste le recuerdan a uno la importancia de lo intangible, de ser lo que pensamos y vivir en un eterno poema.

Jaime Jaramillo Escobar (Pueblorrico, Mayo 25 de 1932)

vivió su infancia y juventud en varios pueblos antioqueños, especialmente en Altamira y Andes, donde fue compañero de Gonzalo Arango. Cuando, en 1958, su antiguo condiscípulo de colegio encendió los primeros fuegos del nadaísmo en Medellín, Jaramillo Escobar, quien a la sazón vivía en Cali, decidió sumarse al movimiento, encubriendo su verdadero nombre bajo el seudónimo X-504: «La X es también para preguntar quién soy. Es una interrogación. El desconocido que te interroga. El que pasa por tus manos sin darse a conocer y se va después de haberte dado todo, menos su nombre. Soy el nombre falso de la verdad [...] X-504, número de presidiario [... X-504 existe para que Jaime Jaramillo Escobar pueda vivir libremente, sin el peso de la literatura y de la admiración», explica el autor.

En contraposición con el carácter incendiario y revulsivo del nadaísmo, la discreción de X-504, paradójicamente, resultaba casi escandalosa. Gonzalo Arango lo describió como el más raro de los nadaístas, pues «paga religiosamente el arriendo el último día de mes, gira cheques con fondos, usa chaleco, todas las mañanas a las 8 en punto le da los "buenos días" al patrón, etc. ». No obstante, el poeta más parco del nadaísmo terminaría siendo reconocido como el mejor de todos. El premio Cassius Clay de poesía nadaísta que obtuvo en 1967 con su libro Los poemas de la ofensa, así lo demuestra. Este libro es considerado como lo más logrado de la poesía colombiana escrita entre 1950 y 1975. En los 44 poemas que conforman el libro, Jaramillo Escobar despliega los rasgos característicos de su escritura: poemas extensos dispuestos en frases a manera de versículos; adopción de un tono sentencioso propio de tradiciones épicas y bíblicas, matizado con humor e ironía; y, sobre todo, un contrapunto exultante entre «las grandes y colectivas cosas con las pequeñas y personales». X-504 ha publicado, además, Sombrero de ahogado(1984) y Poemas de tierra caliente (1985), con los que ganó, respectivamente, los Premios Nacionales de Poesía Eduardo Cote Lamus y Universidad de Antioquia, en 1983. En su antología Selecta (1987), incluye poemas de dos libros inéditos: Poesía revelada y Poesía pública.

Dos poemas para iniciar

Ruego a Nzamé

Dame una palabra antigua para ir a Angbala,
con mi atado de ideas sobre la cabeza.
Quiero echarlas a ahogar al agua.

Una palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día entero debajo de una palma,
y olvidarme de todo a la orilla del agua.

Dame una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de todas, la palabra más sabia.
Una que sea tan honda como el pez en el agua.

¡Quiero volver a Angbala!

Memoria de los colores pintados

En el pueblo donde me crié, todas las casas eran blancas, todas las puertas eran verdes, y los zócalos de siena.
Todas las vacas eran blancas, los gatos eran grises, no había sino dos colores para los caballos, y todas las mujeres eran amarillas. No había mujeres negras.
En aquel pueblo lo único de color negro era la sotana del cura y los zapatos de la gente. (Los gallinazos eran blancos).
Todos los árboles y las plantas eran verdes. Si daban flores rojas, los habitantes no tenían la culpa del mal gusto de la Naturaleza, que pone los colores uno junto a otro sin detenerse a considerar su efecto ante nuestra vista.
Todos los chicos escribían con tinta violeta y se manchaban las manos, pero yo escribía con tinta verde porque quería ser Pablo Neruda.
En total, no había sino doce colores en todo el pueblo, y cuando aparecía el arco iris era como si llegaran los gitanos.
Cuando los gitanos llegaron trajeron infinidad de calderos de cobre –cocobre rosado y cocobre amarillo– y un caballo negro. Como mi tío tenía aficiones por lo exótico, compró el caballo negro.
El arco iris llegaba una tarde, desplegaba en el cielo todas sus telas de colores, las mujeres las compraban en un dos por tres, y el arco iris se iba para Medellín a traer más telas de colores, pero se demoraba sus buenos ocho días.
Como teníamos tan poquitos colores, no se hablaba sino de colores: –“Cómpreme, compadre, la yegua blanca. Se la cambio por ese caballo negro, que le vendieron los gitanos”. Así decía el paisano, pero sabiendo muy bien lo que le había acontecido al caballo negro.
Los ladrillos de la iglesia eran de un color que por no saberle el nombre le decíamos color ladrillo.
Saber el nombre de los colores es muy importante, porque si se pierde algo, lo primero que hay que declarar ante el juez es el color.
–“Señor juez, se perdió mi gallina”.
–“¿Y de qué color era?”
–“Como una colcha de retazos, así era. Pero ponía huevos de oro, porque era la gallina de los huevos de oro. Se perdió en la madrugada. ¿Cree usted que me la robó el Banco de la República?”
Antes, todas las monedas eran de plata, pero cuando pusieron a un gitano como gerente del Banco de la República, entonces las monedas pasaron a ser de cobre.
Mi famosa novia de dientes de perla y labios de rubí, me la robaron una vez que la llevé a un baile, y qué tal si hubiera ido con mi amigo, que tiene el corazón de oro.
Hubo una vez en que ese pueblo de los doce colores se vio pintado todo de un solo color, porque fue obligado pintar todas las casas azules, y los perros azules, y los gatos azules, y los caballos azules y las vacas azules, y las personas tenían que ponerse corbatas y pañuelos azules, y además había que hacer ondear banderas azules por todas partes. El azul cubrió la Tierra de tal modo que el cielo empalideció.
Historia de un pueblo, y el que olvida es como el que está muerto.
Allí viví, hasta que estuve en edad de salir a buscar vida y a buscar con quién casarme. Subí por la margen del río Cauca, pero no quise a una mujer negra, porque de pronto se me desteñía, como el caballo de mi tío.

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